Relaciones SentimentalesVida y Estilo

EL LENGUAJE DE LOS GESTOS FLORA DAVIS – LO QUE DICEN LOS OJOS

Imagínese que un día mientras usted está sentado en un lugar público, levanta la vista, y se encuentra con la mirada fija de un desconocido que lo observa inexpresivamente, y que no se altera aun cuando usted le clava los ojos. Con seguridad, usted mirará rápidamente hacia otro lado y luego de unos segundos se volverá hacia él para ver si todavía lo sigue observando. Si continúa haciéndolo, usted lo mirará de hito en hito varias veces y a medida que lo haga, si la persona persiste en su actitud, usted pasará rápidamente de la ira a la alarma.Esta forma de mirar fijo, sin variante, es un medio de amenaza para muchos animales como así también para el hombre. Un naturalista que estudió el comportamiento de los gorilas montañeses en la selva, registró esta especie de “combate de miradas fijas” entre los machos. Él mismo se expuso a un ataque si miraba a un animal fijamente por un lapso prolongado.

Los monos Rhesus también reaccionan violentamente cuando otro mono o un ser humano los mira fijo. En recientes experimentos de laboratorio, Ralph Exline, un psicólogo de la Universidad de Delaware, investigó la comunicación a nivel hombre-mono, referente al comportamiento del ojo. Los monos fueron encerrados en jaulas, en una habitación vacía bien iluminada. Cuando el investigador se aproximaba a la jaula mirando hacia abajo, con una actitud tímida, la reacción era mínima. Cuando lo hacía de manera más agresiva, mirando directamente a los ojos y fijando la mirada, el animal comenzaba a mostrar los dientes y balancear la cabeza amenazadoramente. Sin embargo, el mono no respondía como si se sintiera amenazado, cuando el investigador con la misma expresión fija mantenía los ojos cerrados. Al dar un paso más en el experimento, es decir cuando el investigador se echaba hacia adelante y sacudía la jaula, siempre con los ojos cerrados, el animal demostraba estar atento pero no aparecía como amenazado.

Los monos son sensibles a la mirada hasta un límite increíble. En otro experimento se expuso a varios monos Rhesus a las miradas de un hombre que estaba oculto. Inmediatamente comenzaron a parecer deprimidos y al controlar sus ondas cerebrales, se descubrió que cada vez que el hombre los miraba directamente se notaban alteraciones en el esquema de las ondas. Resultaba difícil entender cómo sabían cuándo se los miraba directamente y cuándo no, puesto que no podían ver al hombre que lo hacía; pero este comportamiento parece ligado a una experiencia humana muy común. Casi todos hemos sentido en alguna oportunidad la incómoda sensación de ser vigilados y luego confirmar nuestra sospecha al darnos vuelta. Generalmente consideramos que un sonido apenas audible o un movimiento ínfimo, captado en la visión periférica, nos ha brindado esa sensación.

Resulta intrigante la idea de que para los monos y quizá también para los hombres, exista tal vez alguna clave aun más primitiva que produzca esa sensación. Nadie ha observado qué ocurre con las ondas cerebrales del hombre cuando lo miran fijo, pero un estudio reciente parece indicar que una persona que es mirada insistentemente tiende a aumentar su ritmo cardíaco en mayor proporción que la que no lo es. Una de las mayores incomodidades de hablar en público, consiste en enfrentarse con gran cantidad de miradas fijas.
La potencia de la mirada fija ha sido reconocida a través de la historia de la humanidad, y en muchas culturas diferentes existen leyendas sobre el “mal de ojo”, mirada que ocasiona perjuicios a la persona que la recibe. En tabletas de arcilla atribuidas al tercer milenio a. C. hay referencias sobre una deidad que poseía el “mal de ojo”.
El sabio judío Rab, en el tercer siglo d. C. sostenía que el noventa y nueve por ciento de las muertes se producían por el “mal de ojo”. La gente creía que algunas veces estos extraños poderes oculares se adquirían en un pacto con el diablo, y en otras oportunidades que era una maldición que caía sobre un inocente. Se decía que el
Papa Pío IX, electo en 1846, era el poseedor inocente de dicha condición maligna. Se consideraba que su bendición era indefectiblemente fatal.

También ha existido la creencia paralela de que usar una larga mirada fija servía de magia protectora, y hasta
1947 los barcos que navegaban por el Mediterráneo solían llevar pintados ojos protectores. En 1957 se presentó ante la comisión del Congreso el caso de un empresario norteamericano que había contratado los servicios de una persona para que cada tanto mirara de cierta manera a sus empleados, una muda amenaza que los impulsaba a trabajar más intensamente. ¿Por qué existe el tabú sobre la mirada fija? Por supuesto puede explicarse como parte de la herencia biológica que compartimos con otros primates. Experimentos con bebés recién nacidos han demostrado que la primera reacción visual que experimentan se produce ante un par de ojos o cualquier otra configuración similar, un par de puntos sobre una cartulina blanca que se asemeje a dos ojos; algunos científicos consideran esto como una evidencia de que la respuesta humana a la mirada es innata. Sin embargo, existe otra explicación posible. El lugar hacia donde mira una persona nos indicará cuál es el objeto de su atención. Cuando un hombre (o un mono) mira fijamente a otro, indica que su atención está concentrada en él pero no proporciona señales de cuáles son sus intenciones, lo que ya de por sí es suficiente para hacer que un primate se sienta nervioso. Esto explica asimismo, por qué ciertas personas se sienten tan incómodas frente a un ciego. Su comportamiento ocular no les brinda ninguna clave acerca de sus intenciones.

A pesar de que todas las culturas desaprueban a la persona que mira fijo, algunas son más estrictas que otras.
El psicólogo Silvan Tomkins ha señalado que la mayoría de las sociedades consideran tabú el exceso de intimidad, de sexo, o de libre expresión en las emociones. Este exceso varía de una cultura a otra. Sin embargo, desde que existen estos tres tabúes, también existe el tabú acerca del contacto ocular, ya que destaca la intimidad, expresa y estimula las emociones, y es un elemento importante en la exploración sexual. Los norteamericanos interpretan el contacto ocular prolongado como un signo de atracción sexual que debe ser escrupulosamente evitado, excepto en las circunstancias íntimas apropiadas. Es fácil para un hombre denotar intenciones sexuales con los ojos: una larga mirada a los pechos, a las nalgas o a los genitales; una mirada escudriñadora de arriba abajo que desviste a quien la recibe o simplemente mirando directamente a los ojos. Tal vez el hecho de que el contacto ocular activa la excitación sexual tan rápidamente, sea la causa de ese episodio tan común en cualquier esquina: el hombre que mira provocativamente a una mujer, quien baja la vista en una inmediata actitud defensiva. Se enseña a los niños a no mirar fijamente los senos o los genitales. Rara vez se les explica claramente; sin embargo, lo aprenden. En muchas, sino en todas las sociedades, las niñas reciben un entrenamiento más estricto que los varones acerca de
“dónde no deben mirar”. La conexión entre el sexo y el contacto ocular es en realidad muy fuerte. Desde hace mucho tiempo se considera que el exceso sexual causa debilidad en la vista y ceguera.
Cuando dos personas se miran mutuamente a los ojos, comparten una sensación de placer por estar juntas, o de enojo, o bien ambas se excitan sexualmente. Podemos leer el rostro de otra persona sin mirar sus ojos, pero cuando los ojos se encuentran no solamente sabremos cómo se siente el otro, sino que él sabrá que nosotros conocemos su estado de ánimo.

De alguna manera, el contacto ocular nos hace sentir —vivamente— abiertos, expuestos y vulnerables. Tal vez ésa sea una de las razones que induce a la gente a hacer el amor a oscuras, evitando la única clase de contacto (el ocular) que es el que más tiende a profundizar la intimidad sexual. Jean Paul Sartre sugirió una vez que el contacto visual es lo que nos hace real y directamente conscientes de la presencia de otra persona como ser humano, que tiene conciencia e intenciones propias. Cuando los ojos se encuentran se nota una clase especiar de entendimiento de ser humano a ser humano. Una chica que tomaba parte en manifestaciones políticas declaró que le advirtieron que en caso de enfrentarse a un policía, debía mirarlo directamente a los ojos. Si lograba que él la considerase como otro ser humano, tenía más posibilidades de ser tratada como tal. En situaciones en que debe mantenerse una intimidad mínima, por ejemplo, cuando un mayordomo atiende a un convidado, o cuando un oficial reprende a un soldado, el subordinado tratará de evitar el contacto visual manteniendo la mirada directamente hacia el frente.

Las diferencias interculturales relativas al comportamiento visual son considerables y algunas veces importantes.
El antropólogo Edward Hall ha observado que los árabes se paran muy cerca para conversar y se miran intensamente a los ojos mientras hablan. Por otra parte, existen sociedades en el Lejano Oriente donde se considera de mala educación mirar a la otra persona mientras se conversa. Para los norteamericanos, la mirada prolongada de los árabes resulta irritante; pero evitar los ojos totalmente como lo hacen en el Lejano Oriente, representa un síntoma de enfermedad. Los norteamericanos encuentran que la etiqueta de los ingleses es algo extraña, ya que éstos, a no ser que estén muy cerca, fijan intensamente los ojos en los de su interlocutor. Los ingleses realizan menos movimientos con la cabeza ya que sus parpadeos y la mirada fija señalan que están prestando atención. La costumbre norteamericana es variar continuamente la dirección de la mirada de un ojo a otro o apartar totalmente los dos del rostro. Esta forma de mirar en lugares públicos varía de un país a otro. “Mi primer día en Tel Aviv fue perturbador” —narra un viajero—. “La gente no sólo me miraba fijamente sino que lo hacía de arriba abajo. Me preguntaba si no estaba despeinado, o tenía el cierre del pantalón bajo, o simplemente parecía demasiado norteamericano… Finalmente una amiga me explicó que los israelíes no consideraban extraño mirar fijo a una persona en la calle. En Francia se admite que un hombre mire abiertamente a una mujer por la calle. Más aun, las mujeres francesas suelen quejarse de que se sienten incómodas en las calles de Norteamérica, como si repentinamente se hubieran tornado invisibles.
En Norteamérica las reglas son diferentes. El sociólogo Erwin Goffman ha explicado que en los lugares públicos los norteamericanos se otorgan “desatención civil”, es decir, que incluyen visualmente al otro para que comprenda que se lo percibe, pero no demasiado para no parecer curiosos o entrometidos. En la calle se adopta una forma especial de mirar al otro cuando se está a una distancia de dos metros y medio aproximadamente, durante ese tiempo se hacen gestos, y cuando el otro pasa, se bajan los ojos para “mitigar las luces”, como lo describe
Goffman. Posiblemente éste es el más leve de los rituales, pero se usa constantemente en nuestra sociedad.

Los norteamericanos piensan que mirar fijo en público es una intromisión en la intimidad, y ser sorprendido en esta actitud es embarazoso. La mayoría de las personas se enfrenta con el problema de no saber hacia dónde mirar cuando comparten con otra un espacio pequeño como el ascensor. Por otra parte, cuando uno debe reunirse con otra persona a la que no se conoce en un lugar público, el tabú de la mirada facilita el medio de descubrirla: seguramente, violando la regla dirigirá una mirada interrogante. Los homosexuales dicen que con frecuencia pueden ubicar a otro homosexual en un lugar público simplemente porque éste les llama la atención con la mirada.

Las películas también tienen en cuenta el tabú de la mirada fija. Una de las diferencias más notables entre las películas comerciales y familiares es que en éstas últimas la gente mira directamente a la cámara, como reconociendo la presencia del auditorio. Algunas veces esta regla ha sido violada con muy buen resultado. En las primeras escenas del “Satiricón” de Fellini, dos apuestos jóvenes vagan entre un hormiguero humano poblado de personajes tan extraños y monstruosos que apenas parecen seres humanos. La sensación de pesadilla que brinda la escena se intensifica de manera notable porque a medida que la cámara se mueve, uno de los monstruos se aproxima y se asoma directamente a través de la pantalla, envolviendo a la audiencia de una manera inesperada y notablemente incómoda.

La mayoría de los encuentros comienzan con el contacto visual. Como gesto de apertura tiene distintas ventajas; puede ser poco comprometido si el que mira no necesita asumir la responsabilidad por el contacto, contrariamente a lo que sucedería si el saludo fuera verbal. No obstante, según Goffman, cuando un norteamericano permite que otro capte su mirada, se subordina a lo que pueda sobrevenir. Ésa es la razón por la que las camareras desarrollan una cierta habilidad que permite que su mirada no sea captada mientras están muy ocupadas. Los niños aprenden esta actitud particular sobre el contacto visual desde muy temprano. Cuando mi hijo tenía solamente dos años, y viajaba en el asiento posterior del’ auto, estaba ansioso por quejarse y giraba constantemente su cabeza hacia mí, pero no decía una palabra hasta que lograba captar mi mirada.

Establecer un contacto visual o verse impedido de hacerlo puede cambiar enteramente el significado total de una situación. El hombre que corre a tomar el ómnibus y llega en el preciso momento en que el conductor cierra la puerta y arranca mirando hacia la carretera, se sentirá de manera muy diferente si las puertas se cierran y el conductor prosigue su camino mirándolo fijo. Las reglas de la etiqueta establecen una gran diferencia entre no saludar a una persona simulando no verla, o no hacerlo luego de mirarla y negarse a reconocerla. Esto último representa una ofensa mucho mayor.

El comportamiento visual es tal vez la forma más sutil del lenguaje corporal. La educación nos prepara desde pequeños, enseñándonos qué hacer con nuestros ojos y qué esperar de los demás. Como resultado de esto, si un hombre esquiva la mirada, si se encuentra con la mirada de otra persona, o si no lo hace, produce un efecto totalmente desproporcionado al esfuerzo muscular que ha realizado. Aun cuando el contacto visual sea efímero, como generalmente lo es, la suma de tiempo acumulado en mirar tiene cierto significado.

Los movimientos de los ojos, por supuesto, determinan qué es lo que ve una persona. Los estudios sobre la comunicación han demostrado el hecho inesperado de que estos movimientos también regulan la conversación.

Durante el cotidiano intercambio de palabras, mientras la gente presta atención a lo que se dice, los movimientos de los ojos producen un sistema de señales de tráfico hablado que indican al interlocutor su turno para hablar.

Este descubrimiento fue hecho en Gran Bretaña en un estudio realizado por el doctor Adam Kendon. Llevaron al laboratorio un par de estudiantes que no se conocían; les pidieron que se sentaran y trabaran relación, y luego los filmaron mientras conversaban. A pesar de que entre los estudiantes variaba enormemente el tiempo insumido en mirar a su compañero —la escala iba desde el veintiocho hasta más del setenta por ciento del tiempo—, el patrón que surgió era muy claro.

Imaginémonos dos personas que se encuentran en un corredor. Llamémoslos John y Alison. Una vez realizados los estudios preliminares, Alison inicia la conversación. Comenzará por no mirar a John; luego cuando la conversación toma ritmo vuelve a mirarlo cada tanto, generalmente cuando se detiene al final de una frase u oración. Cuando ella lo hace, él asiente con la cabeza o murmura “aja…” o indica de alguna otra manera que la está escuchando y ella vuelve sus ojos hacia otro lado. Sus miradas hacia él duran tanto tiempo como los intervalos sin mirarlo, pero no lo hace cuando duda o comete errores en la conversación. Cuando concluye lo que quiere expresar, le dirige una larga mirada significativa. Todo parece indicar, que de no hacerlo así, John sin saber que es su turno para hablar, dudará o permanecerá en silencio.

Cuando John inicia la conversación y Alison lo escucha, ella lo mira más tiempo que la vez anterior. La mirada de Alison hacia otro lado es breve y dura muy poco tiempo.
Cuando sus ojos se encuentran con los de él, asiente o efectúa alguna señal que le hace comprender a John que ella le está prestando atención.

No es difícil comprender la lógica de este comportamiento. Alison mira hacia otro lado cuando comienza la conversación, y cuando duda, para evitar distraerse mientras ordena sus pensamientos. Vuelve sus ojos hacia John, de vez en cuando, para asegurarse que él la escucha y ver cómo reacciona, o tal vez para solicitarle permiso para continuar. Mientras él habla, ella lo mira constantemente para demostrarle que le presta atención, que es educada y respetuosa. La importancia del comportamiento visual como “señal de tráfico” durante una conversación, se demuestra claramente cuando ambos interlocutores usan anteojos oscuros; se notan muchas más interrupciones y pausas prolongadas de las que hay normalmente.

En su estudio Kendon descubrió que cuando una persona interroga a otra, suele mirarla directamente a los ojos a no ser que se trate de una pregunta algo atrevida o que se refiera a algún tema que tenga ansiedad por conocer. Si el que escucha se sorprende ante algo que ha dicho su compañero, también tiende a mirarlo si se trata de algo agradable, o a desviar los ojos hacia otro lado si el que habla expresa algo desagradable, repugnante u horrible, a menos que ambos compartan una misma emoción, en cuyo caso el que escucha pestañeará bajando los ojos. Sin embargo Kendon recalca que todas estas generalidades se aplican a una conversación relativamente formal; presume que las personas en sus propios hogares o las que se conocen muy bien, no se comportarán de esta manera.

El tiempo que una persona gasta en mirar a otra tiende a igualarse en ambos estudiantes de cada pareja observada. Pero a su vez un estudiante que formaba pareja primero con una persona y luego con otra, mostraba marcadas diferencias en el comportamiento visual en ambos experimentos. Esto sugiere que se logra un entendimiento muy sensible, y totalmente no verbal cuando las dos personas conversan y qué miradas se mantienen a un determinado nivel.

También parece ser cierto que durante una conversación social entre dos individuos que no se conocen, por lo general se trata de reducir mutuamente el intercambio visual, probablemente porque un exceso de éste alteraría el foco de atención del tema de la conversación hacia una relación más personal. Un par de estudiantes, hombre y mujer, parecían atraídos mutuamente. El análisis demostró que cuanto más se sonreían uno a otro, menos se miraban. La chica comenzó a evitar el contacto visual y tendía a mirar hacia otro lado en los momentos en que se elevaba el nivel emocional. Esta pauta de comportamiento visual, por lo tanto, no guardaba ninguna relación con la función de la “señal de tráfico” visual, sino que formaba parte de su vocabulario expresivo; era una manera de decir “me siento turbada”.

Las señales visuales cambian de significado de acuerdo al contexto. Existe una gran diferencia entre recibir una prolongada mirada cuando uno está hablando —en este caso puede ser halagador— o percibir la misma mirada en alguien que nos habla. Para el que escucha, recibir una mirada fija y prolongada resulta inesperado e incómodo.
Más aun, durante un silencio amistoso la mirada fija puede ser directamente perturbadora. Un individuo puede expresar muchas cosas mediante su comportamiento visual, tan solo exagerando levemente los patrones habituales. Si mira hacia otro lado mientras escucha al otro, le indica que no coincide con lo que el otro le dice. Si mientras habla vuelve los ojos hacia otro lado más tiempo del habitual, denota que no está seguro de lo que dice o que desea modificarlo. Si mira o la otra persona mientras la escucha, le indica que está de acuerdo con ella, o simplemente que le presta atención. Si mientras habla mira fijamente a la otra persona, demuestra que le interesa saber cómo reacciona su interlocutor ante sus afirmaciones, y que además está muy seguro de lo que dice.
Mientras una persona habla, puede en realidad tratar de controlar el comportamiento del que escucha mediante movimientos oculares. Puede impedir una interrupción evitando mirar a la otra persona, o puede animarla a responder mirándola con frecuencia.

He mencionado anteriormente que la suma de miradas entre las personas varía enormemente. Parece ser que el comportamiento visual no es simplemente compartir y usar un mismo código. Los movimientos oculares de un mismo individuo están influenciados por su personalidad, por la situación en que se encuentra, por las actitudes que toma hacia las personas que lo acompañan y por la importancia que tiene dentro del grupo que conversa. También es cierto que los hombres y mujeres emplean sus miradas de manera totalmente diferente. La mayoría de estos descubrimientos puede atribuirse a la investigación del psicólogo Ralph Exline, quien durante varios años ha efectuado docenas de experimentos en este campo, y la manera en que juegan las diferentes variantes. Los individuos elegidos, por lo general estudiantes, eran introducidos en una habitación especial y se les encomendaba alguna tarea que los mantuviera distraídos, mientras se registraba su comportamiento visual o se filmaba a través de un espejo visor especial.

Uno de los descubrimientos más llamativos de Exline es que el mirar está directamente relacionado con la sensación de agrado que se siente por otra persona. Cuando a una persona le agrada otra, es probable que la mire más frecuentemente que lo habitual y que sus miradas sean también más prolongadas. La otra persona interpretará esto como un signo de cortesía de que su amigo no está simplemente absorto en el tema de la conversación, sino que también se siente interesado por ella como persona. Por supuesto que el comportamiento visual no es la única clave de atracción. También cuentan las expresiones faciales, la proximidad, el contacto físico si existe y lo que se dicen entre sí. Pero a la mayoría de nosotros, sin embargo, nos resulta más fácil decir “me gustas” con el cuerpo y especialmente con una mirada, que con palabras. El comportamiento visual puede ser crucial en las etapas iniciales de una relación, porque se realiza sin esfuerzo.

En una habitación llena de gente, aun antes de intercambiar una sola palabra, dos personas podrán iniciar una compleja relación preliminar, exclusivamente mediante los ojos: iniciar un contacto, retirarse tímidamente, interrogar, hacer tentativas, elegir o rechazar. Una vez iniciada la conversación, ésta continuará, acompañada de sutiles comunicaciones no-verbales, en las que el comportamiento visual juega un papel preponderante.

Así como los movimientos oculares pueden transmitir actitudes y sentimientos, también expresan la personalidad.
Algunas personas miran más que otras. Aquellos que por naturaleza son más afectuosos, suelen mirar mucho, como los individuos que, según los psicólogos, tienen más necesidad de afecto. Denominada también “motivo de amor”, la necesidad de afecto es el deseo de formar una relación cálida, afectiva e íntima con otras personas, necesidad que todos sentimos en mayor o menor grado.
Realmente no constituye una sorpresa saber que las personas que buscan afecto y las que se gustan mutuamente están inclinadas a mirarse directamente al rostro y a los ojos. En realidad hay mucho de sabiduría popular relacionada con el movimiento de los ojos, y luego de investigar, algunas creencias resultan ciertas. Por ejemplo la persona que se encuentra turbada o a disgusto, y que trata de evitar la mirada de las otras. Asimismo, la persona que mira menos cuando hace una pregunta personal, que cuando formula otra más general. Más aun, algunos individuos suelen desviar la mirada notoriamente cuando están faltando a la verdad.

Este último hecho fue hábilmente demostrado en uno de los experimentos más ingeniosos de Exline. Como siempre, los individuos elegidos eran estudiantes. Se los analizó en parejas, y se les dijo que el propósito del experimento era estudiar la realización de decisiones en grupo. A cada pareja se le mostró una serie de naipes y se le pidió que adivinara el número de puntos que contenía cada uno. Debían discutir juntos la probable cantidad y ponerse de acuerdo para dar una sola respuesta. Pero un estudiante de cada pareja estaba completado con el investigador.

Después de haber mostrado media docena de tarjetas, se simulaba llamar al investigador por teléfono, de modo que debía ausentarse del salón. Mientras él no estaba, el estudiante completado inducía a su compañero a falsear la prueba, leyendo la respuesta en la hoja del investigador. Algunos de los alumnos lo hacían activamente; otros se resistían pero permitían al otro que lo hiciera, convirtiéndose en cómplices pasivos.
Al retornar el investigador al salón, demostraba un creciente escepticismo acerca de las respuestas de la pareja, hasta que finalmente, la acusaba abiertamente de haber hecho trampa. Durante la tensa entrevista que seguía, se controlaba el comportamiento ocular del desventurado estudiante, se lo registraba y se lo comparaba con otro similar, tomado con anterioridad al experimento.

Exline no trataba de comprobar solamente la teoría de las miradas evasivas. Deseaba probar cómo se relacionaba dicha mirada con cada variante particular de la personalidad, y el grado en que cada individuo se consideraba capaz de dominar a los otros. Todos los estudiantes habían realizado un test con lápiz y papel antes de ir al laboratorio para efectuar esta prueba. Según este test, fueron clasificados en diversos grados de “maquiavelismo”, o por la tendencia de dominar a los demás. Resultó que los que realmente tenían esta tendencia y mientras negaban haber consultado las respuestas, miraban al investigador con mayor firmeza que los que no habían consultado las respuestas. Más aun, después de la acusación, en realidad aumentaron la duración de su mirada a pesar de que en la entrevista anterior todos lo habían hecho en forma similar.
De tal modo, el contacto visual de cada sujeto se veía afectado no sólo por la necesidad que tenía de ocultar información, sino por la clase de persona que era.
Otra influencia importante sobre el comportamiento visual está determinada por el sexo. Parece ser que las mujeres, por lo menos en el laboratorio, miran más que los hombres. Y una vez que realizan el contacto visual, lo mantienen por más tiempo. También existen otras diferencias más sutiles. Tanto los hombres como las mujeres miran más cuando alguien les resulta agradable, pero los hombres intensifican el tiempo de la mirada cuando escuchan el final de una conversación, mientras que las mujeres lo hacen cuando son ellas las que hablan. Una explicación plausible de estas diferencias reside en el hecho de que les enseñamos a las niñas y a los varones a demostrar sus emociones de manera diferente. Las mujeres, por lo general, se sienten menos inhibidas para demostrar lo que sienten y más receptivas a las respuestas emocionales de terceros. Aparentemente las mujeres no sólo dan mayor importancia a la información que pueden recibir a través de la mirada —información con respecto a las emociones— sino que tienen una necesidad mayor de saber, especialmente cuando están con alguien que les resulta agradable, y cómo reacciona él o ella ante lo que están diciendo. En realidad, si se le pide a una mujer que converse con alguien a quien no puede ver, hablará menos de lo habitual. Un hombre, en cambio, al conversar con alguien a quien no puede ver, habla mucho más.

Otro experimento realizado por Exline arroja más luz sobre la relación existente entre el comportamiento visual y el emocional. Exline pidió a sus examinados que llenaran una ficha personal en la que se les preguntaba, entre otras cosas, cuánto afecto brindaban a los demás y cuánto pretendían recibir. Los hombres aparentemente demostraron que estaban dispuestos a dar y recibir menos que la mayoría de las mujeres. Sin embargo, se dieron casos de algunos hombres que parecían más afectivos que el resto y algunas mujeres menos que el porcentaje usual. Cuando Exline examinó la interacción visual de estos individuos, descubrió que los hombres afectivos intercambiaban mutuamente miradas con otros en la misma proporción que las mujeres, mientras que las menos afectivas presentaban una actitud semejante a la generalidad de los hombres. Entre los hombres, como así también entre los animales, la manera de mirar frecuentemente refleja el status. En general el animal superior es más dominante en su mirada. Cuando un mono superior o líder capta la mirada de otro que considera inferior, éste entrecerrará los ojos o los desviará hacia otro lado. Algunos etólogos sostienen que la estructura dominante entre los primates se basa en la capacidad de sostener la mirada, más que en actos realmente agresivos. Cada vez que dos monos se encuentran, cruzan miradas y uno la desvía; ambos confirman el lugar que les corresponde en la jerarquía. Esto probablemente también sea cierto entre los hombres. El ejecutivo se considera con derecho de mirar desafiantemente a su secretaria; la secretaria lo hace con el cadete y los tres sentirían que algo no funciona bien si se alterara dicho esquema.

Hasta ahora nos hemos referido exclusivamente a los movimientos visuales, como si el ojo en sí fuera inexpresivo. Sin embargo, la gente responde también en un nivel subliminal a los cambios que se producen dentro del ojo; a variaciones en el tamaño de la pupila. Un psicólogo de Chicago, Eckhard Hess, está investigando un nuevo campo que él denomina la “pupilometría”. En 1965 escribió en el “Scientific American”: “Una noche, hace aproximadamente cinco años, estaba en la cama hojeando un libro que tenía hermosas fotografías de animales. Mi mujer me miró por casualidad y me dijo que había poca luz, porque mis pupilas parecían más grandes que lo normal. Me pareció que la luz que provenía de la lámpara de la mesa de noche era suficiente, pero ella insistió en que mis pupilas estaban dilatadas. Como psicólogo, interesado en la percepción visual, este pequeño fenómeno me llamó la atención. Más tarde, mientras trataba de conciliar el sueño, recordé que alguien se había referido a la correlación que existe entre el tamaño de la pupila de una persona y su respuesta emocional a ciertos aspectos del medio que la rodeaba. En este caso era difícil hallar un componente emocional. Me pareció que era el resultado de un interés intelectual, y hasta ahora nadie se había referido al aumento del tamaño de la pupila en ese aspecto.

A la mañana siguiente, me dirigí a mi laboratorio en la Universidad de Chicago. En cuanto llegué, seleccioné una cantidad de fotografías —todos paisajes, con excepción de una chica desnuda—. Cuando entró mi asistente, James M. Polt, lo sometí a un pequeño experimento. Mezclé las fotos y manteniéndolas sobre mi cabeza, donde yo no podía verlas, se las mostré una por una, observando sus ojos mientras las miraba. Cuando llegué a la séptima, hubo un notable aumento en el tamaño de sus pupilas; controlé la foto y por supuesto se trataba de la chica. Desde entonces, Polt y yo comenzamos una investigación acerca de la relación entre el tamaño de las pupilas y la actividad mental”.

Hess parece haber encontrado un índice bastante seguro y graduable acerca de lo que piensa y siente la gente.
En sus experimentos, pide a sus examinados que miren a través de un visor diseñado especialmente, mientras les muestra diapositivas. A medida que un individuo observa una cámara cinematográfica le filma los ojos que se reflejan mediante un espejo que hay en el interior del visor. Las diapositivas se exhiben de a pares, tratando de neutralizar cuidadosamente el estímulo que produce una brillante u otra que no lo es tanto, de manera tal que el cambio del tamaño de la pupila no responde al cambio de intensidad de la luz. Hess ha encontrado una extensa gama de respuestas de la pupila: desde la dilatación extrema cuando la persona observa una diapositiva interesante o placentera, hasta la contracción extrema ante otra que resulta desagradable. Como era de suponer, las pupilas de los hombres se dilatan más que las de las mujeres ante la exhibición de una chica desnuda, y las de las mujeres lo hacen más a la vista de una madre con un niño o de un hombre desnudo. Los niños de todas las edades, desde los cinco a los dieciocho años, responden más ante fotos del sexo opuesto, a pesar de que este involuntario signo de preferencia no corresponde siempre a lo expresado verbalmente.
En experimentos posteriores, los homosexuales respondieron con mayor entusiasmo ante los desnudos masculinos que ante los femeninos; las personas hambrientas reaccionaron más ante imágenes de comida que aquellas que recién se habían alimentado, y las fotos aterradoras producían una reacción negativa y constrictiva a no ser que fueran tan horribles que produjeran un shock, en cuyo caso la pupila se agrandaba para achicarse luego. Cuando al mismo tiempo se medía una reacción galvánica en la piel se obtenía una respuesta similar, y el GSR se considera un índice seguro de la reacción emocional. El tamaño de las pupilas se ve afectado no solamente por la visión, sino también por el gusto y el sonido. Cuando se les dio a las personas distintos líquidos para gustar, sus pupilas se dilataban ante cada uno de estos, tanto los agradables como los desagradables, pero se agrandaban más ante un sabor preferido. Las pupilas también se expanden ante el sonido de la música, pero un amante del folklore reaccionará más ante el sonido de una guitarra que ante los primeros acordes de la Novena Sinfonía de Beethoven.
Al enfrentar a las personas a un problema mental de aritmética, el tamaño de la pupila comienza a aumentar a medida que piensan el problema; alcanza un tamaño máximo cuando llegan a la solución y luego comienza a decrecer. No obstante, las pupilas no vuelven a su tamaño normal —o sea el que tenían antes de comenzar el experimento— hasta que la persona ha dado una respuesta verbal al problema. Si se le pide que espere para dar la respuesta, el tamaño de la pupila vuelve a aumentar. Hess considera que la “pupilometría” puede proporcionar la capacidad de decisión de un individuo. “Embriológica y anatómicamente, el ojo es una extensión del cerebro” — escribe—; “es casi como si una parte del cerebro estuviera a la vista del psicólogo para poder espiar dentro de él”.

¿Responde el hombre al cambio en el tamaño de las pupilas en los encuentros de la vida diaria? Existe evidencia para suponer que sí. Aparentemente, un prestidigitador que efectúa trucos con cartas puede captar la carta preseleccionada por un individuo porque las pupilas de éste se agrandan al volverla a ver. Se dice que los vendedores chinos de jade examinan las pupilas de sus presuntos clientes para poder descubrir cuándo una pieza les interesa especialmente y pedir entonces un alto precio por ella. Pero la evidencia científica de que la gente reacciona ante el tamaño de las pupilas de otra persona surgió de un experimento realizado por Hess en el que mostró un grupo de fotografías a varios hombres. Entre ellos estaban las dos fotos de la misma chica hermosa; idénticas en todos los detalles menos en el tamaño de las pupilas, que habían sido retocadas. En una de ellas fueron agrandadas y en la otra, achicadas considerablemente. Las respuestas de los hombres se midieron por la reacción de sus propias pupilas. Más del doble de ellos las dilataron ante la foto que tenía las pupilas agrandadas.

Sin embargo, al interrogárseles después del experimento, la mayoría creía que ambas fotos eran idénticas, a pesar de que algunos mencionaron que una de ellas le había parecido de alguna manera más suave o bonita. Ninguno había notado la diferencia de los ojos, por lo que parece que las pupilas grandes atraen a los hombres en un nivel subliminal; posiblemente porque es la respuesta de una mujer cuando está muy interesada en el hombre que está con ella.
Hess también demostró que las mujeres prefieren las fotos de hombres que tienen las pupilas agrandadas —y las de mujeres que las tienen contraídas—. Los homosexuales varones también se inclinan por las fotos de mujeres de pupilas pequeñas, pero sorpresivamente, también prefieren las de hombres del tipo “Don Juan”, que en realidad suelen estar más interesados en una “conquista” que en una respuesta afectiva. Parece ser, por lo tanto, que todos respondemos, de acuerdo con nuestra propia forma de ser, a la señal sexual que emite el tamaño de la pupila.

Las aplicaciones prácticas de la “pupilometría” son obvias. En la Edad Media, las mujeres solían emplear bellaidonna para dilatarse las pupilas y parecer más atrayentes. En nuestros días los investigadores ya han empleado el descubrimiento de Hess para aumentar el impacto en la propaganda de ciertos productos y estudiar el poder de decisión evaluando el efecto de ciertas clases de experiencias sobre actitudes ínter-raciales. La “pupilometría” puede convertirse algún día en una manera de controlar el progreso logrado en la psicoterapia para descubrir, por ejemplo, si una fobia ha logrado ser dominada.

Sin embargo, dudo que la observación de la pupila pueda ser de uso práctico para el ciudadano común que mira a simple vista. Aunque parece ser un arte al alcance de la mayoría de los vendedores, las circunstancias por lo general no suelen ser favorables. Realmente, esos vendedores chinos de jade deben poseer una habilidad muy especial. Aparte del riesgo que se corre por mirar demasiado fijo a un desconocido, existe la posibilidad de que el vendedor que se aproxima lo suficiente al presunto cliente —y bajo una buena luz— para lograr una buena visión de las pupilas, lo alarme de tal manera que lo haga huir despavorido.

Probablemente el lego piensa que existe demasiada información respecto al comportamiento visual. En realidad, todo se podría resumir en una sola pregunta: ¿Cómo puede una persona discernir a través del movimiento de los ojos lo que otra está pensando en una situación determinada, si esto puede atribuirse a tantos factores diferentes?
Si alguien a quien acabamos de conocer nos mira con insistencia, ¿debemos dar por sentado que le gustamos?
¿Lo hace porque es de por sí afectuoso? ¿O tiene necesidad de afecto? ¿O será que considera que su status es superior y automáticamente domina la situación? Si se trata de un encuentro entre hombres, ¿querrá significar que se considera superior? Si se trata de un hombre y usted es mujer, ¿será simplemente una aproximación sexual?
¿O un rechazo? Estas preguntas, que pueden ser importantes para un científico que trata de develar el código de comportamiento corporal, serán una pérdida de tiempo y de esfuerzo para el lego. En la mayoría de las situaciones, la intuición sumará muchos pequeños mensajes no-verbales que permitirán obtener una conclusión o por lo menos un indicio sobre lo que piensa nuestro interlocutor. Si esto se, consigue es probable que la clave que más haya influido después de la expresión facial sea el comportamiento visual.

Todo esto nos retrotrae a un hecho básico que sólo pocas veces se tiene en cuenta: La afirmación de que “miramos para ver” es una verdad sólo parcialmente cierta con respecto a los encuentros cara a cara.

Yesica Flores

Soy Yes, blogger desde hace más de 5 años. Me he especializado en el viejo y olvidado arte de divagar

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