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MANUAL DE LA PERFECTA CABRONA DE ELIZABETH HILTS – [IV]

¡Podemos Hablar!

No hay nada mejor que un grupo de muje¬res reunidas con tiempo para charlar. ¿Y qué hacemos nosotras, las mujeres, cuando ha¬blamos? Llegamos al fondo de las cosas. Es hermoso.
Empezamos en la adolescencia, cuando estamos en permanente lucha contra todo y contra todos. Ahí es cuando descubrimos lo perspicaces que son nuestras amigas, lo bien que nos entienden.
Comprenden lo absurdo que es el toque de queda impuesto por nuestros padres, y el imposible examen de historia; se compade¬cen de nosotras por el doloroso aparato de ortodoncia que nos vemos obligadas a llevar, por la crueldad gratuita que demuestra el chi¬co que no llama y por el desastre de la blu¬sa nueva que se encoge al lavarla; y, como nosotras, desfallecen ante la sola mención de nuestros ídolos musicales o cinematográficos. Una vez recuperadas de nuestros años de adolescencia (cosa que la mayoría de no¬sotras consigue tarde o temprano), somos capaces de formar amistades fuertes y dura¬deras con otras mujeres. Nuestras mejores amigas son aquellas con quienes no escon¬demos a nuestra cabrona interior.
Mientras mis amigas y yo luchamos contra nuestra tendencia hacia el encanto tóxico, nuestra cabrona interior nos ayuda a establecer fronteras que mantienen sana la amistad. ¿Chantaje emocional? ¿Revelar secretos? ¿Cotilleo mal intencionado?
Yo creo que no.

AMIGAS DE VERDAD

¿Es fácil para dos o más mujeres en contacto con sus cabronas interiores ser amigas?
Yo creo que no, pero ciertamente esa amis¬tad es más significativa que en aquellas re¬laciones basadas en el encanto tóxico.
Las reglas que rigen las relaciones entre mujeres son tan complejas que, en compara¬ción, el nudo gordiano parece un juego de ni¬ños. Pero es precisamente esta complejidad lo que hace este tipo de amistades tan grati¬ficantes.
Las amigas que están en contacto con su cabrona interior con frecuencia son las que nos dan más apoyo: son a quienes acudimos cuando sentimos que nuestro carácter em¬pieza a diluirse ante jefes poco razonables y fechas de entrega imposibles, frente al aman¬te que de repente deja de llamar y ante la tris¬teza por la pérdida de nuestros pendientes preferidos. Son las que nos recuerdan la im¬portancia de nuestros sueños y aspiraciones, y las que nos animan silenciosa o ruidosa¬mente cuando el camino parece demasiado empinado o largo.
El principal elemento del vínculo entre las mujeres es el amor. Si no nos amáramos, no nos molestaríamos en decir la verdad. Sim¬plemente nos dejaríamos resbalar de una de¬cepción a la siguiente, con lo que acabaría¬mos reuniendo suficiente experiencia como para convertirnos en cantantes de blues.
Lo maravilloso de entrar en contacto con nuestra cabrona interior consiste en que po¬demos escuchar nuestra propia voz. La ca¬brona interior es muy sabia y no tiene miedo de decir las verdades, aunque depende de no¬sotras escucharla. El hecho es que, después de haber oído la misma melodía durante tan¬to tiempo, podemos saber cuándo va a em¬pezar y, en ocasiones, podemos librar a una amiga del peligro.
Por ejemplo, cuando el novio de nues¬tra amiga le rompe el corazón al irse a Hawai para ayudar a su amigo a empezar un nego¬cio, ¿le echamos en cara que se lo habíamos advertido? Claro que no. Estar en contacto con nuestra cabrona interior requiere de sen¬sibilidad.
Ella: -¡No puedo creer que me haya dejado! ¡Y para vivir en un lugar donde ha¬ce calor durante todo el año! Quizá deba ir tras él.
Tú: -¿Sabes cuántas serpientes venenosas hay en Hawai?
Después nos las arreglamos para reunirnos con frecuencia para ver películas como Thelma y Lauise o El diario de Bridget Jones y pedir que nos lleven una pizza o comida china, evitando cuidadosamente cualquier alusión a Hawai. Con el tiempo, cambiamos a películas extremadamente románticas ubi¬cadas en lugares como, por ejemplo, Alaska (siempre y cuando la ropa de abrigo permita apreciar los atractivos del protagonista).

Yesica Flores

Soy Yes, blogger desde hace más de 5 años. Me he especializado en el viejo y olvidado arte de divagar