Relaciones SentimentalesVida y Estilo

MANUAL DE LA PERFECTA CABRONA ELIZABETH HILTS – [III]

Un epíteto atrevido

A algunas de nosotras nos puede resultar problemático utilizar el término «cabrona» para referimos a nosotras mismas. Podemos llegar a creer que hacerlo equivaldría a afir¬mar la imagen negativa que las mujeres aser¬tivas han llevado como un sambenito du¬rante años. Es decir, si expresamos lo que realmente pensamos, debemos de ser unas cabronas.
Analicemos con detenimiento este punto. ¿Cuál es el problema exactamente? ¿Nos estamos portando mal acaso? ¿O estamos yendo demasiado rápido, adelantándonos, liberándonos del papel que nos han asig¬nado?

El término «cabrona» nos asusta para que nos refugiemos cuanto antes en la tranquili¬dad del encanto tóxico.
Todo lo que puedo decir es: «Yo creo que no».
Por desgracia, muchas de nosotras he¬mos sido víctimas del prejuicio contra este calificativo. Si reunimos a un grupo de mu¬jeres para que hablen de esta condición, ad¬mitirán que existe, incluso aceptarán que en ocasiones han caído en comportamientos ca¬brones, pero sólo porque se vieron obligadas a ello, por supuesto. En nuestros momentos más sinceros, sin embargo, aludiremos a nuestra condición de cabronas con gozoso orgullo. Porque, afrontémoslo, ha habido momentos en nuestras vidas en los que ser cabrona ha sido divertido.
Pero si nos preguntan si nos considera¬mos cabronas diremos rotundamente que no. «Ay, no, no, no, no, ¡NO!». Nos consideramos chicas amables que, de vez en cuando, se ven forzadas a defenderse actuando como ca¬bronas. Son «esas otras mujeres» quienes de verdad son unas cabronas.

De nuevo, yo creo que no. De hecho, pienso que esta dinámica lleva consigo las se¬millas de la división. Por una especie de ma¬lévola y oculta maldición, el encanto tóxico funciona mejor cuando nuestra cabrona in¬terior y nosotras estamos separadas, cuando estamos divididas y cuando entre nosotras no existe respeto.

¿QUÉ CAUSA ESTA DINÁMICA?

Esta pregunta podría mantener entretenidos a sociólogos y teóricos durante años, quizá décadas. Está bien. Necesitan motivos para justificar las becas y subvenciones que reci¬ben. La verdad, por simple que parezca, es la siguiente: en la raíz del problema que su¬pone para muchas de nosotras asumir a la cabrona interior está el temor a que nos lla¬men así.
Permitidme que os recuerde una cosa: es sólo una palabra. Con palos y piedras se puede hacer mucho daño, pero las palabras no nos hieren si no queremos.

SI ME LO LLAMAS, QUIERO SERLO

Cualquier mujer que tenga éxito en algo se¬rá llamada cabrona. ¿Hillary Clinton? Ca¬brona. ¿Gloria Steinem? Cabrona. ¿Barbra Streisand? Cabrona. La lista sigue, sigue y sigue…
El quid de la cuestión es que, si no po¬demos evitarlo, ¿por qué no darle la bien¬venida? Todas hemos tenido esta experien¬cia: en algún momento decimos frente a otras personas lo que pensamos de verdad sobre alguna cuestión o persona. Después, en algu¬na otra ocasión, alguien nos dirá: «Fulanito realmente pensó que eras una cabrona». (Si no te ha ocurrido todavía, sigue esperan¬do: sucederá).
Entonces, la mayoría de nosotras se ase¬gura de ser particularmente amable con el tal Fulanito durante el siguiente encuentro. In¬cluso hasta podemos tomamos la molestia de demostrar que el que nos haya considerado cabronas no sólo es erróneo, sino también absolutamente injusto. O nos disculpamos dando explicaciones de todos los motivos por los que dijimos lo que dijimos. «Estaba muy estresada la última vez que nos vimos» o «Va¬ya, ¡no sé lo que me pasó!». O incluso: «¿Sa¬bes?, el síndrome premenstrual me afecta de verdad». En definitiva, nos retractamos.
¿Qué sucedería si respondiéramos en¬viando a Fulanito un ramo de flores con una pequeña tarjeta de agradecimiento en la que pusiera: «No sabes cuánto me alegra que ha¬yas reconocido a mi cabrona interior»?
¿Qué pasaría si dejáramos de temer a es¬ta dichosa palabrita?
Otro punto que debe analizarse, y que requiere una breve incursión en la retórica, es el siguiente: ¿cómo llamamos a un hom¬bre que habla por sí mismo, un hombre que es exigente consigo mismo y con los que lo rodean, un hombre que se comporta como lo haría cualquier cabrona que se respetara a sí misma? Triunfador.

¿A QUIÉN HAY QUE ECHAR LA CULPA?

Pues bien, a nadie. Quizá a todos. Sin em¬bargo, existe un aspecto muy importante so¬bre la cabrona interior que debe plantearse con toda claridad:

La existencia de la cabrona interior no tiene que ver con la culpa.

La cabrona interior simplemente existe, así como el cielo simplemente es el cielo, y los platos, una vez sucios, deben lavarse. No hace falta señalar a nadie con el dedo. Y tam¬poco existe razón alguna por la que haya que pedir perdón por estar en contacto con ella. Después de todo, es la parte de nosotras mis¬mas que sabe lo que en realidad nos impor¬ta y queremos.
Ella sabe que nos enorgullecemos de nuestro trabajo y que exigimos cierto nivel, tanto de los demás como de nosotras mismas.

Ella sabe que queremos que nuestros amantes nos satisfagan en la cama (más ade¬lante insistiré sobre este punto).
Ella sabe que queremos que nuestra me¬jor amiga, la novia, entienda que vestirse con tafetán después de los doce años es ridículo. Ella sabe que queremos que el mundo mida nuestros logros, y no nuestros cuerpos. Ella sabe que deseamos ser capaces de decir lo que sabemos, sin recibir a cambio humillantes epítetos.
Mientras sigamos negando que la ca¬brona interior es parte de nosotras mismas, mientras continuemos rindiéndonos al en¬canto tóxico, no conseguiremos nunca lo que queremos. No obtendremos lo que necesi¬tamos, y ninguna de nosotras alcanzará real¬mente lo que es bueno para todas.

Yesica Flores

Soy Yes, blogger desde hace más de 5 años. Me he especializado en el viejo y olvidado arte de divagar