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EL LENGUAJE DE LOS GESTOS FLORA DAVIS – MENSAJES A LA DISTANCIA Y EN EL LUGAR

El sentido del yo del individuo está limitado por su piel; se desplaza dentro de una especie de burbuja invisible, que representa la cantidad de espacio aéreo que siente que debe haber entre él y los otros. Esto es algo que cualquiera puede demostrar fácilmente acercándose en forma gradual a otra persona. En algún momento, ésta comenzará, irritada o sin darse cuenta, a retroceder. Las cámaras han registrado los temblores y los mínimos movimientos oculares que dejan al descubierto el momento en que se irrumpe en la burbuja ajena. Edward Hall, profesor de antropología de la Northwestern Universtity, observó por primera vez, y comentó este fuerte sentido del espacio personal; y de su trabajo surgió un nuevo campo de investigación denominado proxémico (proxemics, en inglés), que él ha definido como “el estudio de cómo, el hombre estructura inconscientemente el microespacio”.

La preocupación principal de Hall consiste en los malentendidos que pueden surgir del hecho de que las personas de diferentes culturas disponen de sus microespacios en formas distintas. Para dos norteamericanos adultos, la distancia cómoda para conversar es de aproximadamente setenta centímetros. A los sudamericanos les gusta colocarse mucho más cerca, lo que crea un problema cuando un norteamericano y un sudamericano se encuentran frente a frente.

El sudamericano que se desplaza en lo que él considera la distancia apropiada para el diálogo, puede ser considerado “agresivo” por el norteamericano. A su vez, éste parecerá engreído para el otro al tratar de mantener la distancia que para él es adecuada. Hall observó una vez una conversación entre un latino y un norteamericano que comenzó en la esquina de un corredor de diez metros y finalmente terminó en la otra; el desplazamiento se produjo por “una serie continuada de pasos hacia atrás del norteamericano e igual ritmo de pasos hacia delante de su interlocutor”.

Si existe una incomprensión entre los americanos del norte y los del sur con respecto a la distancia adecuada para mantener una conversación social, los norteamericanos y los árabes son mucho menos compatibles en sus hábitos en cuanto al espacio. A éstos les encanta la proximidad. Hall explica que los mediterráneos pertenecen a una cultura de contacto y en su conversación literalmente rodean a la otra persona. Le toman la mano, la miran a los ojos y la envuelven en su aliento. Una vez le pregunté a un árabe cómo se daba cuenta cuando le “llegaba” a otra persona…; me miró como si estuviera loca y me dijo: “Si no llego a él, es porque está muerto”.

El interés del doctor Hall por el uso que hace el hombre del microespacio despertó a comienzos del año 1950 cuando era director del programa de instrucción Punto Cuatro en el Instituto Nacional del Servicio Exterior. Al conversar con norteamericanos que habían vivido en el extranjero, descubrió que muchos de ellos se habían sentido sumamente afectados por diferencias culturales de una naturaleza tan sutil como para que sus efectos se percibieran casi exclusivamente en un nivel preconsciente. A este fenómeno se lo denomina generalmente “shock cultural”.

El problema es que relativamente hablando, los norteamericanos viven una cultura de “no contacto”. En parte es el resultado de su herencia puritana. El doctor Hall señala que pasamos años enseñando a nuestros hijos a no aproximarse demasiado, a no recostarse sobre nosotros. Equiparamos el contacto físico con el sexo de tal manera que al ver a dos personas muy cerca la una de la otra, presumimos que están cortejándose o conspirando. En situaciones en que nos vemos forzados a estar demasiado cerca de otras personas, como en el subterráneo, tratamos cuidadosamente de compensar ese desequilibrio. Miramos hacia otro lado, nos damos vuelta y si se realiza un contacto físico real, los músculos del lado en que éste se produce se pondrán automáticamente tensos.

La mayoría de nosotros consideramos que ésta es la única manera correcta de proceder.
“No puedo soportar a este tipo”, dijo un corredor de bolsa refiriéndose a un colega. “Algunas veces debo viajar con él en el subterráneo y prácticamente se deja caer sobre mí; siento entonces, como si una montaña de gelatina caliente avanzara hacia mí.”

Los animales también reaccionan frente al problema del espacio y en forma que es predecible para cada especie.
Muchos poseen una distancia de fuga y una distancia crítica. Si cualquier ser viviente suficientemente amenazador aparece dentro de la distancia de fuga del animal, éste huirá. Pero si el animal se ve acorralado, y la amenaza entra en el ámbito de la distancia crítica, entonces atacará. Los domadores aparentemente manejan a los leones porque conocen milímetro por milímetro la distancia crítica del animal. El domador atraviesa este límite de sensibilidad y el león salta y cae —no casualmente por cierto— sobre la banqueta que los separa.

Instantáneamente, el hombre retrocede hasta estar nuevamente fuera de la distancia crítica. El animal queda en el lugar pues desde allí no siente necesidad de atacar.
La burbuja del espacio personal de un ser humano representa al mismo tiempo su margen de seguridad.

Dejemos que un extraño irrumpa en ella, e inmediatamente surgirá la necesidad de huir o de atacar. Los libros de texto policiales reconocen esto cuando aconsejan a los detectives, que al interrogar a un sospechoso se sienten cerca de él, sin ninguna mesa u otro obstáculo intermedio, y se acerquen a él a medida que avanza el interrogatorio.
El grado de proximidad puede transmitir mensajes más sutiles que una amenaza. Hall ha sugerido que expresa claramente la naturaleza de cualquier encuentro. De hecho, ha confeccionado una escala hipotética de distancias, consideradas apropiadas en este país para cada tipo de relación. El contacto de hasta cuarenta y cinco centímetros es la distancia apropiada para reñir, galantear o conversar íntimamente. A esta distancia las personas se comunican no sólo por medio de palabras sino por el tacto, el olor, la temperatura del cuerpo; cada uno está consciente del ritmo respiratorio del otro, de las variaciones en el color de la piel.

La distancia que Hall considera espacio personal es de cuarenta y cinco a setenta y cinco centímetros. Ésta se aproxima al espacio de la burbuja personal en una cultura de no contacto como la nuestra. La mujer puede permanecer cómodamente dentro de la burbuja de su marido pero no se sentirá así si otra mujer lo hace. Para la mayoría de la gente la distancia personal, en la fase alejada —setenta y cinco centímetros a un metro veinte— está limitada por la extensión del brazo, es decir, el límite del dominio físico; Es la distancia apropiada para discutir asuntos personales. La distancia social correcta es de un metro veinte a dos metros. En una oficina, la gente que trabaja junta, normalmente adoptará esta distancia para conversar. Sin embargo, cuando un hombre se coloca de pie a una distancia que oscila entre dos y tres metros de donde está sentada su secretaria, y la mira desde allí, obtendrá un efecto dominador. La distancia social más alejada, entre tres y cuatro metros, es la que corresponde a conversaciones formales. Los escritorios de personas importantes suelen ser muy anchos para mantener distancia con sus visitantes. Más allá de cuatro metros se considera una distancia para el público, adecuada para pronunciar discursos o algunas formas muy rígidas y formales de conversación. Elegir las distancias adecuadas puede llegar a ser crucial. Una joven que conozco, al recibir una declaración de amor de parte de un hombre a quien ella creía amar, lo rechazó de inmediato. Lo que la decidió a tal actitud fue el hecho de que él le declaró su amor sentado en una silla a una distancia de dos metros.

Hall considera que el ser humano no solamente tiene un sentimiento muy arraigado en cuanto al espacio que necesita, sino que posee una necesidad real y biológica de él. La importancia de este hecho queda demostrada en estudios sobre población hechos con animales. Hasta hace relativamente poco tiempo, los científicos creían que los límites de población de las especies salvajes estaban determinados por una combinación entre la escasez de alimentos y los depredadores naturales. Por lo tanto, predecían, que si se producía una superpoblación en la tierra, sobrevendría el hambre mundial y las guerras porque los alimentos rápidamente reducirían el número de habitantes. Pero ahora se sugiere que el espacio puede ser una necesidad tan acuciante para el hombre como el alimento. En experimentos realizados con ratas, se ha observado que mucho antes que se presente el problema real de la alimentación, los animales entran en un estado de tensión tal por falta de espacio, que comienzan a comportarse de una manera totalmente extraña —en realidad muy similar a la de los seres humanos—. Los machos se vuelven homosexuales, corren en manadas, violan, asesinan y cometen actos de pillaje; o simplemente se dejan estar, tornándose totalmente pasivos. Este fenómeno descorazonante se denomina “derrumbe del comportamiento”.

Para un mundo enfrentado con la superpoblación, las implicancias de este problema son alarmantes a pesar de que algunos científicos todavía dudan si se puede o se debe generalizar entre seres humanos y animales. También ha habido sugerencias de que para los hombres —y posiblemente para las ratas— lo que más importa no es la porción de espacio disponible o la preservación de la burbuja individual, sino el número de situaciones con quienes el individuo se ve forzado a interactuar. Si esto fuera cierto, en nuestras grandes ciudades podríamos acomodar cuidadosamente a la gente de tal manera que no se molestara entre sí; las personas deberían ser capaces de sobrevivir razonablemente bien sin importar la densidad por metro cuadrado que ocupan. También existe una evidencia creciente de que en algunas áreas del mundo el hambre está sólo a unas pocas décadas de distancia y por lo tanto, más próxima que un colapso del comportamiento.

Pero, y en términos menos dramáticos, la superpoblación tiene influencia definitiva sobre el comportamiento y esta influencia es diferente para el hombre y para la mujer. Los hombres, encerrados en una habitación pequeña, se tornan desconfiados y combativos. Las mujeres, en una situación semejante, se hacen más amigas e íntimas entre sí. Suelen encontrar la experiencia agradable y gustar más una de otra que si estuvieran en un ambiente de mayores dimensiones. En un espacio reducido un jurado enteramente masculino dará un veredicto más estricto, mientras que uno femenino será más benigno.

Otros psicólogos han ideado experimentos basados en las observaciones de Hall acerca del comportamiento proxémico de los norteamericanos. Su evidencia sugiere que la forma en que los seres humanos se ubican entre sí puede ser determinada no sólo por su cultura y la relación que ésta implica, sino también por otros factores. En una reunión social, las personas necesariamente estarán de pie y muy juntas para poder conversar; lo mismo sucede, según se deduce de los experimentos, cuando la gente se encuentra en un lugar público tal como un parque.

Adam Kendon sugiere que en público la gente necesita demostrar más claramente el hecho de que está junta — que están “con”, por emplear el término técnico— y de esta manera pueden permanecer en una pequeña burbuja de intimidad. Cuando dos individuos están parados más juntos de lo que la situación o el ambiente pudiera aconsejar, puede ser simplemente porque se agraden mutuamente. Los estudios psicológicos han demostrado que los seres humanos prefieren pararse más cerca de aquellas personas que les agradan, y más lejos de las que no son de su gusto; que los amigos se paran más cerca que los simples conocidos, y los conocidos más cerca que los extraños. La evidencia también demuestra que en situaciones íntimas, los introvertidos mantienen una distancia algo mayor que los extrovertidos y que las parejas de mujeres lo hacen más cerca que las de hombres.

El psiquiatra Augustus F. Kinzel ha estudiado lo que él llama la “zona de absorción” del cuerpo entre convictos violentos y no violentos. Luego de haber ubicado a un prisionero en el centro de una habitación pequeña y vacía, Kinzel se acercó lentamente hacia él, instruyendo al hombre para que informara cuando sentía que se le había aproximado demasiado. Los violentos reaccionaban vivamente cuando Kinzel estaba aproximadamente a ochenta y cinco centímetros de distancia. Los no violentos no decían nada hasta que el psiquiatra se ubicaba a medio metro. Los primeros dijeron que se sentían amenazados o que Kinzel se iba a abalanzar sobre ellos. Este experimento parece sugerir que la técnica proxémica podrá llegar a servir algún día para detectar a los individuos potencialmente violentos, pero Kinzel hace la salvedad de que no servirá para identificar positivamente a todos los individuos de esta condición; algunos poseen una “zona de absorción” normal. También señala que: “Puede haber otros tipos de comportamiento relacionados con grandes ‘zonas de absorción’ que todavía no conocemos.”

Otra serie de experimentos bastante sorprendentes es la realizada por el psicólogo Robert Kleck y que indica que personas enfermas pueden muy bien sentirse solas y aisladas debido a la distancia que conservan las personas que toman contacto con ellas. Kleck pidió a ciertos estudiantes universitarios que entraran en una habitación y conversaran con la persona que se encontraba dentro. Algunas veces, les describía al sujeto como un epiléptico, y otras veces no. Cuando les decía que se trataba de un epiléptico, se sentaban más lejos. Cuando Kleck empleaba un falso inválido, obtenía la misma respuesta. Todo esto se torna más perturbador si se considera que el individuo probablemente deja traslucir su reacción negativa a través de otras formas no-verbales.

El espacio también puede proporcionar un signo de status. Al mostrar a varias personas un corto metraje mudo de un ejecutivo que entraba en la oficina de otro, todas coincidieron notablemente en clasificar la importancia de cada uno de ellos. Las claves empleadas fueron de tiempo y de distancia. ¿Cuánto tiempo tardó el hombre del escritorio antes de contestar el llamado a su puerta? ¿Cuánto tardó en ponerse de pie? ¿Hasta dónde entró el visitante en el escritorio? Cuanto más se aproximaba, tanto más importante era considerado. Y por supuesto, la estimación de su status decrecía cuando el que estaba detrás del escritorio demoraba en atenderlo. De estas maneras insignificantes, y cientos de veces por día, el individuo reafirma silenciosamente su superioridad, desafía a otros o se asegura a sí mismo que conoce su lugar.

El comportamiento espacial en público ha sido investigado por Robert Sommer de la Universidad de California y por otros numerosos psicólogos. En un experimento llevado a cabo en la biblioteca de la Universidad, el investigador seleccionaba una “víctima” rodeada de asientos vacíos y se sentaba en uno próximo a él. Esto viola reglas sociales implícitas puesto que si hay suficiente espacio libre, se espera que uno mantenga la distancia. La víctima generalmente reaccionaba con gestos defensivos e incómodos, cambios de postura o trataba de apartarse, sentándose en el borde de la silla. Pero si el investigador no sólo se sentaba cerca de él, sino que luego se aproximaba aun más, con frecuencia la víctima huía. Rara vez se hace una protesta verbal porque a pesar de que las personas tienen un fuerte sentido acerca de la ubicación respectiva en lugares públicos, este sentimiento no se suele expresar con palabras.

Los norteamericanos tienen otras reglas no-verbales acerca del espacio. Cuando dos o más personas están conversando en público, dan por sentado que el terreno sobre el que están paradas les pertenece temporariamente y que nadie osará penetrar en él. Los especialistas en cinesis han observado que esto es realmente así. Efectivamente, si alguien tiene que bordear un grupo en estas condiciones, bajará notoriamente la cabeza al hacerlo. Si el grupo está en su camino y él debe forzosamente pasar a través de él, agregará unas palabras de disculpa al tiempo que baja la cabeza. Por otra parte, Hall hace resaltar que para los árabes, el espacio público es espacio público. Si una persona está esperando a un amigo en el hall de un hotel y otra persona tiene una ubicación preferencial, el árabe se le aproximará y se detendrá a su lado, a una distancia bien corta. Con mucha frecuencia, esta táctica da por resultado que la otra persona se retire —furiosa pero en silencio— a no ser, por supuesto, que se trate de otro árabe.

Algunas veces la gente trata de hacer notar la posesión de una porción de territorio público tan sólo por la ubicación que elige. En una biblioteca vacía, alguien que simplemente quiere sentarse solo, selecciona una silla en la punta de una mesa rectangular; pero en cambio, el que quiere desanimar abiertamente a otra persona a que se le aproxime, se sienta en la silla del medio. También podemos ver el mismo fenómeno en los bancos de las plazas.

Si la primera persona que llega se sienta en una punta, la segunda lo hará en el otro extremo y después de esto, suponiendo que se trate de un banco corto, si la primera persona se sienta exactamente en el centro, podrá lograr mantenerlo para ella sola durante un lapso.
La posición relativa que adopta un individuo puede representar un signo de status. El líder de un grupo automáticamente se dirigirá a la cabecera de una mesa rectangular. También parece que en general un jurado reunido para elegir presidente, si está sentado ante una mesa rectangular, tiende a elegir a uno de los que ocupan las cabeceras; más aun, los individuos que eligen esos lugares suelen ser gente de mucho status social y que toman parte activa en las discusiones.
Adam Kendon señala que cualquier grupo de personas, al estar de pie y conversar, adopta lo que él llama una configuración. Si se colocan en forma circular, es casi seguro que todo el grupo es parejo. Los grupos que no lo son tienen tendencia a formar una “cabeza” y la persona que ocupa ese lugar será, formal o informalmente el líder.

Los lugares que se asignan a los alumnos en un aula son casi siempre impuestos físicamente, y pueden afectar el comportamiento. Durante un seminario, si los estudiantes se sientan en forma de herradura, los que están en los extremos participan menos que los que están en el medio, y que pueden tener un contacto visual más frecuente con el profesor. Cuando los alumnos se sientan en filas, los que están en el medio suelen intervenir más que los de los costados, y aquí nuevamente la facilidad de establecer contacto visual es lo que proporciona la explicación.

Otros estudios han demostrado que cuando dos personas están preparadas para competir, generalmente se sientan enfrentándose; si piensan cooperar, lo hacen una al lado de la otra, mientras que para conversaciones comunes, lo hacen en ángulo recto. Cuando se realiza una reunión de negocios entre dos corporaciones, los equipos tomarán ubicación automáticamente enfrentándose a ambos lados de la mesa de conferencia. Sin embargo, si se produce un intervalo para almorzar, los hombres se sientan alternados entre sí en las mesas del restaurante, cada uno de ellos entre dos de la otra corporación. Toda vez que la ocasión se define como social, los individuos tratan cuidadosamente de mezclarse, así como antes evitaron hacerlo.

El espacio comunica. Cuando se forma un conjunto de personas que conversan en un grupo —en una reunión o en los parques de una universidad— cada individuo define su posición dentro del grupo por el lugar que ocupa. Al elegir la distancia, indica cuánto está dispuesto a intimar. Cuando toma ubicación en la cabeza del grupo, demuestra cuál es el rol que espera desempeñar. Cuando el grupo queda inmóvil en una configuración especial y cesa todo movimiento, es una señal inequívoca de que han cesado también las comunicaciones no-verbales.

Todos los interesados están de acuerdo, aunque sea temporalmente, en cuanto al orden de precedencia de cada uno y el nivel de intimidad que debe mantenerse.

Yesica Flores

Soy Yes, blogger desde hace más de 5 años. Me he especializado en el viejo y olvidado arte de divagar