LA MUJER DE TUS SUEÑOS INSTRUCCIONES PARA ENAMORARLA (FABIO FUSARO Y BOBBY VENTURA) – Mi amigo Eduardo
Mi amigo Eduardo no es otra cosa que una máquina de ganar mujeres. Un obsesivo del sexo opuesto. Pero al mismo tiempo, es una persona que está buscando a la mujer con quien compartir su vida. No se levanta minas por deporte, sino que lo hace porque en cada una de ellas vio algo especial; porque sintió que, por algún motivo, esa mujer podría ser algo importante, aunque sólo la haya visto unos segundos en la parada del colectivo.
Se ha levantado una infinita cantidad de mujeres, una más linda que la otra.
Ustedes se preguntarán ¿Tiene una pinta tremenda? No. Tampoco es el jorobado de Notre Dame. Puede perfectamente gustarle físicamente a cualquier mujer, pero no es el prototipo de hombre con el que se caen de espaldas.
¿Tiene mucho dinero? Tampoco. Tiene su departamento, su auto, y un laburo que le alcanza para vivir y darse algunos gustos.
¿Cuál es entonces su secreto?
La semana pasada lo invité a tomar un café para charlar del tema y juntos llegamos a la conclusión de que uno de los motivos de su éxito es que no tiene vergüenza de hacer o decir cualquier cosa.
Un día iban Eduardo y mi hermano en un auto. Mi hermano conducía y si no era porque él mismo me lo contó, no lo hubiera creído. Resulta que paran en un semáforo, en plena avenida, y del lado de la vereda se detiene otro automóvil, conducido por una hermosa señorita acompañada por una señora mayor, que aparentaba ser la madre. Esta señora baja del auto y se dirige a un kiosco, dejando sola a la supuesta hija.
Eduardo le dice a mi hermano “Estacionate por ahí adelante”, y acto seguido se baja y se embala hacia el auto de la chica.
Hernán, mi hermano, no lo podía creer. “Este loco de mierda me va a hacer chocar… ¿Y ahora cómo me tiro a la derecha con todo este tránsito?”
Se detuvo unos metros adelante, desde donde podía observar el accionar de Eduardo, quien le hablaba animadamente y le sonreía a la señorita.
La mamá regresa del kiosco y Eduardo entonces pega la vuelta y se pone a charlar con la señora, quien le da la mano mientras le sonríe amablemente.
A los dos minutos estaba de regreso en el auto de mi hermano con el teléfono de la chica linda.
Ante la insistencia de Hernán por saber qué fue lo que le había dicho para lograr sacarle el tubo, Eduardo le relató la conversación:
-Hola, ¿Cómo estás? No te asustes… Mirá… Por tu culpa, casi me atropellan dos colectivos. Yo estaba con mi amigo en aquel auto y cuando te vi me di cuenta que tenía pocos segundos para conocer a la que podría ser la mujer de mi vida… Así que me bajé y vine. Casi me mato. (Todo esto, por supuesto, con una sonrisa).
-Vos estas totalmente loco ¿No? –responde ella riendo.
-Mirá, no se; hace un rato no estaba loco, pero ahora puede ser… ¿Vos creés en la locura a primera vista?
-¿Por qué no te corrés de la calle que te van a atropellar en serio?
-Tenés razón, dame tu teléfono así te llamo y hablamos tranquilos.
-¿Por qué no me das vos el tuyo?
-Es que no me lo acuerdo… Como nunca me llamo…
-La chica, sonriendo, anotó su número telefónico en un papelito y se lo dio.
En ese momento, llega la mamá y Eduardo da la vuelta y le dice:
-Disculpe señora, pero no podía dejar de felicitarla por el ángel de hija que tiene… Encantado, mi nombre es Eduardo.
-Mucho gusto, Eduardo –le dice la señora, sonriendo y dándole la mano –muchas gracias, se parece a la mamá ¿Viste?
-Sí, absolutamente… Bueno, me voy que mi amigo me va a matar… Hasta pronto.
Hernán no lo podía creer. El tipo estaba más loco de lo que suponía, pero había regresado con el número de teléfono, cuando él en una situación similar se hubiera limitado a sonreír con carita de ganador desde su auto, poner primera y tomarse el buque.
-Ya me miró dos veces –dice Eduardo mientras revuelve el café.
-¿Quién?
-La rubiecita que está en aquella mesa con el jovato.
-¿Te podés desconectar 10 minutos?
Eduardo se ríe e intenta apartar sus pensamientos de la otra mesa.
-¿Así que estás escribiendo otro libro? –me pregunta.
-Sí, un libro que no creo que necesites. Se trata de cómo levantarse minas.
-Juaa, no creas… Siempre hay algo por aprender.
-Yo se que sos un fenómeno para encarar a una mujer en la calle, o a una que de repente se sienta sola en esa otra mesa, pero… ¿te viste alguna vez en la situación de tener que encarar a alguna que conocías hace tiempo y estabas muy enamorado? Porque no es lo mismo… Si con una que va caminando por la calle la cosa sale mal, no pasa nada, pero ¿qué sucede si se trata, por ejemplo, de la hermana de tu mejor amigo?
-Eso me pasó –responde Eduardo con gesto serio.
-¿Y qué hiciste?
-La encaré y le dije: “Necesito tu ayuda”.
-¿Cómo?
-Sí, mirá; la situación es ésta y es bastante compleja: resulta que muero por vos. Me despierto pensando en vos, me acuesto y sueño con vos, estoy Estuardo y se me aparece tu cara en medio de los libros…”
-¿Y qué te dijo?
-Se rió, y cuando una mujer la hacés reír…
-Sí, ya sé, la tenés casi ganada.
-Exacto. Entonces, yo también con onda risueña le seguí diciendo “Vos sabés que soy muy amigo de tu hermano y no quiero complicar esa amistad, por eso te pido que me ayudes ¿Vos que harías en mi lugar? Decime ¿Te invito a tomar un café y te digo todo lo que me pasa? ¿O mejor me callo la boca y no digo nada?… Esto es tan difícil… ¿Qué hago?”
-¿Y qué pasó?
-Nada. En ese momento, al menos, no pasó nada. Se rió un poco; no sabía si le estaba hablando en serio o si la estaba jodiendo… La cuestión es que yo ya había entrado en tema y después cada vez que la veía, hacía como que me agarraba el corazón, suspiraba, todo eso a espaldas del hermano, lo cual a ella le causaba mucha gracia. Un día, en una fiesta en la que estábamos juntos, no me acuerdo como fue que le puse un beso.
-Che, Eduardo, si me paro y aplaudo nos van a entrar a mirar todos, ¿no?
-Es que ir de frente, con sinceridad, seguridad y buen humor es fundamental. También he rebotado varias veces, pero nunca con mala onda. Nunca me sentí humillado, porque en realidad la mayoría de las mujeres, cuando las encaro, creen que estoy medio loco y se divierten. Y si me tienen que decir que no, lo hacen amablemente y yo siempre aquí con una sonrisa. Además, lo que hoy es un “no”, mañana puede ser un “no sé”, pasado un “puede ser”, y la semana que viene un “sí”.
La charla con Eduardo podía haberse extendido durante horas. Las anécdotas de levantes eran una más increíble que la otra.
El tipo había perdido por completo, con tanta práctica, el miedo y la vergüenza. Mirar a una mujer a los ojos, decirle cosas lindas y sonreírle, era para él tan sencillo como para mí comerme un tostado de jamón y queso.
A las mujeres les causaba curiosidad saber qué escondía ese hombre para actuar de una manera tan segura.
Como a aquella rubia impresionante que conoció en un curso de capacitación de la empresa donde trabajaba.
Todo el mundo estaba loco con ella, profesor incluido, pero nadie se atrevía a saludarla siquiera.
Una noche, a la salida del curso, Eduardo la esperó en la parada de colectivos.
-Rubia, ¿Qué pasó que tardaste tanto en pasar por acá? Dejé pasar como cinco colectivos esperándote.
-¿En serio?
-Sí, te quiero invitar a tomar un café; me gustaría charlar con vos.
-¿Y por qué?
-¿Y por qué va a ser…? Porque sos un infierno. No puedo creer que trabajamos en la misma empresa y no te conozco.
Esa historia me la contó una noche, mientras festejábamos el cumpleaños de mi hermano en un pub. El entró con la terrible rubia de la mano y se dio vuelta todo el boliche a mirarla.
Porque por si no lo dije antes, a la rubia se la levantó. Y ella le confesó que lo que le impactó fue que, a diferencia de los demás hombre, él se había animado. Y el hecho de que lo hiciera le provocó curiosidad.
-Mozo, ¿nos cobra por favor?
-Nueve con cincuenta.
-Disculpe mozo, -le dice Eduardo- la señorita de la mesa de la esquina, ¿viene con frecuencia?