MANUAL DE LA PERFECTA CABRONA ELIZABETH HILTS – [II]
Conoce a tu cabrona interior
Existe una parte poderosa y esencial en cada una de nosotras que no ha sido reconocida hasta ahora, ni su energía convenientemente explotada. Años de represión han ocultado esta faceta en los rincones y las grietas de nues¬tras almas. Como no la comprendemos, ha¬cemos todo lo posible por mantenerla en la oscuridad, donde creemos que pertenece.
Se trata de la «cabrona interior». No te hagas la tonta: sabes perfectamente de lo que estoy hablando.
Todas la conocemos. Flota constante¬mente justo bajo la superficie de nuestra con¬ciencia y nuestra educación. Es parte de no¬sotras, es inteligente, segura de sí misma y sabe lo que quiere. Nos dice que no nos con¬formemos con menos. Nos avisa cuando es¬tamos a punto de embarcarnos en una con¬ducta autodestructiva.
La cabrona interior no es esa parte de nosotras que a veces se muestra estúpida, o ruin o carente de sentido del humor. No cae en el fatalismo, ni abusa de sí misma ni de los demás.
La cabrona interior no se enzarza en discusiones de poca importancia, ni siquie¬ra para pasar el rato. ¿Para qué molestarse?
La cabrona interior jamás es mordaz de forma gratuita. Y nunca teme decir: «Que se vayan a freír espárragos si no aguantan una broma».
A mi modo de ver, hay una verdad ab¬soluta: al liberar a nuestra cabrona interior podemos utilizar su poder y energía para nuestros objetivos más elevados.
Si la ignoramos, nos arriesgamos a que enloquezca cuando la presión por ser en¬cantadora se vuelve insoportable. Todas he¬mos sido testigos de ello y no es una pers¬pectiva agradable.
Cuando no reconocemos a nuestra ca¬brona interior nos salen granos o engorda¬mos, o adelgazamos demasiado, y nos vol¬vemos controladoras, manipuladoras, lloronas o histéricas. No insistimos en practicar sexo seguro.
Nada de eso es productivo y algunas de estas cosas resultan francamente peligrosas. ¿Cómo podemos terminar con estas con¬ductas autodestructivas, en especial después de toda una vida de encanto tóxico?
Lo único que se necesita es una pequeña frase:
«YO CREO QUE NO»
Todas lo pensamos y, sin embargo, es¬pantamos esa idea como si fuera un mosqui¬to molesto. «Eso no estaría bien», pensamos, sin caer en la cuenta de que el precio que debemos pagar a cambio es muy alto.
Quizá te preguntes: «¿Puedo ser encan¬tadora sin ser tóxica?».
iClaro que sí! De hecho, ponerte en con¬tacto con tu cabrona interior te ayudará a ser encantadora de verdad. Hay una enorme di¬ferencia entre parecer encantadora y serio. Tu cabrona interior no quiere que seas mala. Quiere que seas firme. Quiere que seas razonable. Y quiere que seas encanta¬dora, sobre todo contigo misma.
DECIR «YO CREO QUE NO»
Inténtalo. Empieza poco a poco. Imagina una situación en tu vida en la que se pueda apli¬car. Por ejemplo:
– Tu hija de 30 años quiere mudarse a su an¬tigua habitación sin pagar alquiler, con su novio y la motocicleta de éste.
Tú dices: “Yo creo que no».
– El hombre con el que has estado saliendo durante un mes te exige, en un ataque de celos, que canceles una comida con un cliente importante.
Tu respuesta: “Yo creo que no».
– Tu madre quiere que conozcas al hijo de su amiga del club de jubilados. «Sólo una pequeña cena, hija. Os hemos sacado en¬tradas para el teatro».
Tú sonríes: «Mamá, yo creo que no».
– Tu jefe sugiere con insistencia que inviertas tu bonus en el último y enloquecido pro¬yecto empresarial de su primo.
Tú contestas: “Yo creo que no».
DECIR MÁS CON MENOS
¿Ves? Funciona. Nadie puede malinterpretar el significado de esa frase. Argumentar en contra es inútil; ¿cómo puede alguien in¬sistir en que crees algo si tú afirmas lo con¬trario?
Es suave. Es cortés, pero a la vez fuerte, firme e indiscutible.
Lo mejor de la frase «yo creo que no» es que puede utilizarse en cualquier momento durante una conversación. Si adviertes que estás deslizándote por la rampa del encanto tóxico, es muy fácil detener la caída. Y si ol¬vidas decirlo, o no te atreves, no te preocu¬pes: sin lugar a dudas se te presentará de nue¬vo la oportunidad.
DECIR MÁS
Naturalmente, habrá ocasiones en las que decir «yo creo que no» no será suficiente. Es¬ta frase es sólo un cucurucho sobre el cual construir una especie de helado verbal. Aña¬de el número de bolas que desees.
«No creo que te pueda prestar los pen¬dientes de brillantes de mi abuela, pero tengo otros de cuarzo muy monos».
«No creo que me quede».
«No creo que ese color me favorezca».
«No creo estar lista».
También existen esos casos que deman¬dan cierta delicadeza combinada con la ha¬bilidad de tener los pies plantados sobre la tierra.
Por ejemplo, estás en una fiesta. Un ami¬go de un amigo se presenta y te dice: «¿Sa¬bías que Fulanito me ha dicho que eres la mu¬jer perfecta para mí?». Ese hombre no te interesa un pimiento, pero, por pura amabi¬lidad, le contestas: «Yo creo que no, pero po¬demos charlar un poco».
Como puedes ver, la frase es cortés y razonable, nunca resulta cruel y no es nada difícil de decir. Prueba con distintos tonos de voz. Dale un tono reflexivo o intenta poner énfasis en distintas palabras: «yo creo que no», «yo creo que no», etcétera.