Relaciones SentimentalesVida y Estilo

Ellas dicen que buscan una cosa, pero buscan otra

Fernando tenía una secretaria que te tenías que tomar dos Valium antes de verla, si no querías infartarte y quedar mal delante de la mina. Se llamaba Carmen. Tenía un cuerpo escultural. Mucha onda. Era muy despierta. Y además, del tipo “guerrera”. Después de varios escarceos y de declaraciones de mutuas ganas de trincarnos, la saqué una noche. Yo no te puedo explicar… Se apareció con un saco y una pollerita, muy sobria. Toda de negro. Salvo que la mini le quedaba, como corresponde, tres talles más chico. Las gambas se lo permitían. Quiero que te imagines la situación: la llevé a cenar a uno de esos sitios. Cuando levanté la cabeza del menú para preguntarle qué iba a tomar, todo el mundo nos estaba mirando. Se había sacado el saco y debajo sólo tenía un corpiño de encaje negro que dejaba ver dos globos hermosos peleando por escaparse de él. Lo más impresionante (si algo podía ser más impresionante) era que la mina actuaba como si nada. Tipo “Quién me va a mirar, si no tengo nada”. Primera situación en la que cualquier animal hubiera caído en una vulgaridad que no lo habría llevado demasiado lejos.
Yo, por el contrario, me comporté como un caballerito. Como si me fuera cotidiano salir con un huesito infernal en corpiño. Es más: le tiré un par de chistes al respecto, muy educados, por cierto, enalteciendo su belleza natural. El tema es que terminamos de cenar y me propone ir a tomar algo. Cazamos el auto y no habíamos hecho doscientos metros, que sin mediar palabra al respecto, encaré el portón de un telo.
Nunca nos habíamos besado hasta el momento, pero las charlas que veníamos manteniendo lo permitían; si no, yo jamás me hubiera expuesto tanto a un posible rechazo bochornoso.
Pero volamos a la puerta del telo. La chiquilla en corpiño de encaje negro me tira:
-¡Ay! No, por favor… No te enojes, pero no estoy preparada… Sorry… Te juro que me encantás, pero por favor, no entremos… Ya se que soy una boluda, pero es la primera vez que salimos…
-Todo bien. No te preocupes… Te entiendo.
Segunda situación en la que un animal hubiera reaccionado vulgarmente.
Yo comprendí. No me enojé. Más allá de ser lo humanamente correcto si es que la minita no te está histeriqueando o gastando, es lo mejor que podés hacer. Podés hacer otras mil cosas. Suplicar, tratar de violarla (la violación es un delito, perpetrado por cobardes impotentes, que los autores rechazamos de plano), recontraputearla. Pero no sólo te va a perder el respeto, sino que además va a saber que te tiene comiendo de la mano.
En cambio, una retirada con onda… Mirá, si no: al otro día, me llama Fernando para contarme que Carmen estaba muerta conmigo. Que le había fascinado mi actitud de respeto y comprensión, y que nunca la había pasado así con un tipo. Mentiras. Seguro que alguno lo habrá hecho cagar más de risa que yo o habrá sido más romántico. Pero eso fue con lo que ella se quedó. Y mirá que tipos le sobraban a full.
Es más: tres días después salimos por segunda vez.
-Vamos a comer algo –le propuse.
-No, mejor vamos primero a un telo y en todo caso comemos algo después.
Nuevamente: las mujeres no son como los hombres.
Ellas hablan de lo que creen que quieren o lo que creen que sienten. Y en esto (solo en esto) no es que sean tan turras y jueguen con nosotros. En todo caso, el calificativo es otro; porque el tema es que hasta ellas se lo creen.
Carmen creía sinceramente que ni bien nos viésemos íbamos a tener sexo descontrolado, que lo nuestro era pura química y que íbamos a explotar en la cama. Pero lo que realmente quería esa noche, era que el chico que le gustaba en ese momento la sedujera un poco más. O quería comprobar que todo lo que nos decíamos era verdad. Sólo Dios sabe lo que Carmen quería. Pero ella no. Y lo que ella quería verdaderamente en la primera cita, estaba muy lejos de lo que demostraba la infartante chica en corpiño.
Claro: en la segunda cita todo cambió y fue más parecido a lo que ella creía que quería para la primera. Se relajó, se puso unos pantalones que le marcaban hasta las intenciones, una remerita que no decía nada (salvo “acá abajo tengo un par de gomas que nunca te las vas a olvidar en tu vida”), y entonces sí nos pasamos toda la noche en un telo.
Las minas son así. Se te aparecen en corpiño, pero no significa que quieran tener sexo; se te aparecen en armadura, y no significa que no lo quieran.
Algo similar sucedió con Florencia.
Estábamos con un grupo de amigos y amigas una cálida noche de diciembre en el cantobar, cuando de repente apareció Florencia disfrazada de “nenita”. Tenía una remerita blanca de algodón, una pollerita escocesa, estaba peinada con dos colitas, se había pintado unas pequitas alrededor de la nariz y en la mano llevaba un chupetín de esos grandotes de colores.
-¿Qué hacés así vestida, Flor? –le preguntó una de sus amigas.
-Voy a un baile de disfraces en la casa de mi prima Carolina, pero tenía ganas de paras por acá un ratito.
Ay… Ay… Ay… Estaba para acribillarla. Yo anteriormente sólo había tenido con ella alguna que otra pequeña charla y realmente no me había sentido muy atraído, pero ese disfraz creo que le trastornó la cabeza a cuanto heterosexual se le haya cruzado esa noche.
Sin demasiados rodeos, se me acercó y me dirigió un seductor: “Hola”, mientras le daba un lengüetazo al chupetín sin quitar su ojos de los míos.
-Hola –le respondí como esperando ver qué seguía a ese jugueteo.
-¿Pensaste en mí esta semana? –me mandó sin anestesia, mientras se retorcía una de las colitas del pelo y se balanceaba como al compás de una cajita de música.
-Ehh… sssí… un poco… -le respondí dubitativo al tiempo que miraba de reojito a mis amigos, los cuales observaban sorprendidos la escena.
-Ah… porque yo sí pensé en vos –me dijo con voz de nenita tímida, pero sin dejar de mirarme y dándole otra chupada a la paleta de colores.
Evidentemente, yo tenía un hada madrina que se había acordado de mí esa noche.
-Bueno, Flor… por qué en vez de pensar tanto no hablamos por teléfono y arreglamos para salir un día.
-Dale, ¿anotás mi número?
-No hace falta, yo lo consigo.
Eso les encanta. Por un lado porque te comportás de manera diferente a cualquier otro zapato que sin dudarlo hubiera salido corriendo en busca de papel y lápiz, y por otro lado porque siempre le queda la pequeña duda y el miedito de que no lo puedas conseguir, de que las turras envidiosas de las amigas no te lo quieran dar, de que te olvides o de lo que sea.
-Bueno… me tengo que ir… llamame ¿eh?
-Te llamo.
Seguidamente me dio un beso algo más dulce de lo que habitualmente es un beso de despedida, se dio media vuelta y se alejó caminando.

Mis amigos la observaron retirarse enmudecidos. Uno de ellos, aún boquiabierto por la situación recién descripta, sólo atinó a decirme sin dejar de mirarla: “¿A qué telo te la vas a llevar?”.
-¿Ustedes vieron lo que acaba de pasar o fue mi imaginación? –les pregunté.
Ninguno respondió.
Mi llamado telefónico se produjo al siguiente miércoles (el típico mequetrefe hubiese llamado el domingo o el lunes) y quedamos en salir la noche siguiente.
Para mi sorpresa, Florencia apareció vestida con algo que más que ropa parecía una armadura. Durante el viaje en auto se mantuvo bastante distante y mientras tomábamos algo en algún romántico lugar con velitas en las mesas, se la pasó explicándome su pudorosa forma de ser, que ella jamás haría nada con nadie en la primera salida, que era una chica muy difícil y que dababím que dababam.
Y eso que yo simplemente le había dicho: “¿Qué querés tomar?”.
Debut y despedida.
Muchas veces uno no sabe lo que quiere. Las minas no sólo nunca saben lo que quieren, sino que encima creen que quieren otra cosa diferente a lo que realmente quieren.
No nos preguntes qué piensan. Si ni ellas lo saben, menos nosotros.
Lo importante es que sepas que hay que “leer” mucho las señales que dispara una mujer y que así y todo, uno se puede equivocar. Que no sos ningún pelotudo si te creés que tiene onda con vos y no la tuvo nunca en su vida; que te quiere matar en la cama y en realidad te ve como a un amigo o viceversa…
Hay una escena muy buena en “Tootsie”, la película con Dustin Hoffman, en la que el tipo es actor y no consigue laburo de ninguna manera. En una telenovela necesitaban una mina, se disfraza de mina, lo toman por mina y le dan el papel. Se enamora de la actriz principal (Jessica Lange) y no le puede decir que es hombre. Encima Jessica se hace “amiga”. En una charla, la mujer le confiesa (a él como mina) lo siguiente: “¿Sabes que me gustaría? Que un hombre sea honesto y directamente me diga: Hey, escucha, podría decirte muchas cosas y dar muchos rodeos, pero la verdad es que me resultas muy interesante y quiero hacer el amor contigo”.
“Esta es la mía” piensa Dustin. Días más tarde, se encuentran en una fiesta (él vestido de hombre; ella no lo conocía), la ve en un balcón y se le acerca (la situación era inmejorable) y le dice exactamente eso. Ella, muy lejos de caer rendida en sus brazos (como le había dicho al propio Dustin vestido de mujer), le tira el champagne de su copa en la cara y se va.

Ante el desencanto, no actúes por despecho. Un cambio de planes o hasta el rechazo no es la muerte de nadie. No tiene sentido perder la elegancia, ser agresivo, responder como si no te importara cuando en verdad te importa. Las minas se dan cuenta de todo y si te pierden el respeto, fuiste. Lo más preciado que uno puede tener es el respeto.
Entendela e intentalo nuevamente. Con onda. Todo de nuevo. Y si ahí sí que no te da cabida, bucate otra. Esa mina no tiene onda con vos.

Yesica Flores

Soy Yes, blogger desde hace más de 5 años. Me he especializado en el viejo y olvidado arte de divagar